Con el objetivo de aumentar la calidad y reducir tiempos y costos en la entrega de los productos y/o servicios que brinda una organización, se implementan metodologías ágiles que faciliten la gestión de los procesos involucrados. Esto se logra al adaptar la forma de trabajo a las características y condiciones del proyecto.
Sin importar cuál es el “sabor” de la metodología que se implemente, la comunicación es un factor fundamental.
Según Marco Arru, especialista en Comunicaciones organizacionales, cuando no existe una buena comunicación, se genera desorientación en el equipo de trabajo y falta de acoplamiento con la estrategia corporativa.
Los procesos y la comunicación
Participé en un proyecto donde, según el proceso, la comunicación con el cliente debía solicitarse vía correo electrónico, consultar la disponibilidad de los involucrados y fijarse una fecha para llevar a cabo una reunión (normalmente, por llamada).
Esto generaba muchísimo retraso y, además, mucho trabajo para modificar funcionalidades porque el usuario cambiaba de opinión y no teníamos la “agilidad” para saberlo a tiempo.
Resultado de la rigidez de la comunicación, empezamos a forzar una comunicación menos formal hasta llegar al punto de tener un acceso directo con el cliente (con la molestia de los compañeros de Proyectos incluida). La consecuencia directa de esta forma más flexible fue la aceleración en la entrega de funcionalidades, la reducción de cambios por mala interpretación de los requerimientos y de fricciones con el cliente.
La idea de flexibilizar la comunicación no significa que no se documente o que no se respeten los canales sino que se haga de una forma más humana y que la formalidad no sea un obstáculo sino un complemento necesario.
El Manifiesto ágil es bien claro en este sentido donde se le dan prioridad a las personas e interacciones sobre los procesos y donde la colaboración con el cliente es más importante que los asuntos contractuales, por lo que es necesario desechar prácticas de comunicación rígidas y obsoletas.
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